Es tradición familiar no salir en semana santa, encontrar en los quedados una manera de vivir estos días, resulta fácil. Incluso más divertido que en Vallarta. Así es como conocí a mi esposo y así disfrutamos.
Hace algunos años encontré algo que me llenó el corazón. La procesión logró hacer en mi, la fusión de la identidad y sentido de pertenencia .
Cada adoquín adquiere magia a través del tiempo.
Entendí que las calles donde mis abuelas y abuelos caminaron, donde mis papás empezaron a trabajar, donde mítines y reuniones dejaban su palabra y voluntad; las podía apreciar desde otra perspectiva. Todas esas posibilidades pasan por mi mente.
Ese sentimiento que encontré en la procesión del silencio, fue tan real que logré pasar de ser Verónica gracias a la Lonja, a ser dama del Santo Entierro.
Cada quien lleva su mundo a la procesión, diferentes causas, mandas o peticiones. Cada quien lleva lo que su corazón tiene, o le hace falta. No es un lugar a donde ir a juzgar o ser juzgado, todo lo contrario, es un momento de introspección, pudiéndolo hacer en compañía de las pisadas y tambores.
Como ruta, las calles, aquellas que cuentan la historia De Montes de Oca, de la Virreina y del Capitán Calleja, o de los barrios de Tlaxcala, Santiago, San Miguelito, San Sebastián, Montecillo, San Juan de Guadalupe, Tequisquiapan y el Saucitó.
Una tradición que nutre, llama la atención de foráneos y de muchos otros que no han tenido la oportunidad de verla o de vivirla.
Algo que me sorprendió es que la intervención de Gobierno en la procesión rindió frutos, las cofradías tuvieron menos participantes, tal pareciera que a nadie le gustó, esos aires de protagonismo que vivimos desde el año pasado, asquearon a varios, siendo un evento meramente religioso, que necesita apoyo, pero no intromisión.
En lo personal, las caras de mis hijos termino de dar esa satisfacción, que aunque cansadas por la lentitud, me lleno de energía, para recibir a la Virgen de la Soledad, ese sentimiento indescriptible de pensar en una mujer que llora por la muerte de su hijo, no solo es de sororidad, sino también llora por la sed de justicia y de libertad, no muy diferente a lo que se vive el 8 de marzo, en las mismas calles.
Nota al calce: Al final todos somos seres humanos que compartimos las penas y alegrías. En esta ocasión pedir por todas las personas que han sufrido algún tipo de violencia en México, somos muchas, pero podemos sanar.