EL ORÁCULO
Por Esteban Espinoza
Hay abucheos que hacen más ruido que mil discursos.
Y este fin de semana, en el Teatro de la Paz, el pueblo potosino habló fuerte y claro.
Durante el homenaje luctuoso al maestro José Miramontes Zapata, fundador y director de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí, el Secretario General de Gobierno, J. Guadalupe Torres Sánchez, fue recibido no con aplausos, ni con respeto institucional, sino con una rechifla monumental.
Si, en un funeral. En un homenaje. En un espacio que se supone debe estar reservado para la memoria, la gratitud y el duelo.
Y, sin embargo, fue ahí, en ese lugar sagrado de la cultura potosina, donde se desbordó el hartazgo.
No fue un grupo infiltrado. No fue una campaña negra. No fue “la derecha conservadora”, ni tampoco “La Herencia Maldita”.
Fue un reclamo legítimo, doloroso, de quienes durante este sexenio fueron testigos del retiro de recursos para el proyecto artístico, del abandono y de la falta de apoyo a un maestro que entrego su vida a la música y al fortalecimiento de una Orquesta que le ha dado muchos motivos a las y los potosinos para sentirse orgullosos.
El mensaje fue tan claro que incomodó tanto como las verdades que se intentan ocultar: la protesta fue tan potente que a pesar de los esfuerzos por callarla en medios de comunicación, corrió como pólvora en los chat de WhatsApp.
Y ahí quedó la imagen: Torres Sánchez en el podio, intentando hablar mientras el eco de la indignación lo rebasaba. Mario García Valdez saliendo del escenario mientras los gritos lo acompañaban.
¿Y qué dijeron esos gritos?; Decían que ustedes, desde el gobierno, no son bienvenidos a rendirle honores a alguien a quien ofendieron en vida.
Porque eso es lo que sucedió. El gallardismo le falló al maestro Miramontes. Le recortó el presupuesto. Lo maltrató. Los derechos negados. Ignoró su legado. Y el pueblo potosino, ese que sí lo conoció, que lo vio luchar desde los años 80 como trotskista, como ambientalista, como defensor de los pueblos, como músico del pueblo y para el pueblo, no lo olvidó.
Fue el reclamo de la música, de los movimientos sociales, de los indígenas, de los jóvenes, de los viejos, de los sin voz. Fue un abucheo colectivo que representa una deuda pendiente.
El maestro Miramontes llevó la música a cada rincón del estado. A Cerritos, a Villa Juárez, a la Huasteca. Luchó contra el fracking, defendió la Sierra de San Miguelito, marchó por el agua del Pujal Coy. Llegó a su orquesta a la Sala Dorada en Viena. Una China. Alemania. A todo México. Y todo eso lo hizo sin lujos, sin soberbia, sin ambiciones personales. Pensando en colectivo. Viviendo para el pueblo.
Y el sábado, en su despedida, fue el pueblo quien le respondió.
Chiflaron al gobierno, sí. Pero en realidad, le cobraron las afrentas que le hicieron al maestro.
¿En qué momento te abuchean en un funeral?
Cuando le fallaste al difunto.
Y eso, ni mil discursos lo pueden borrar.
Hasta la próxima.