Alrededor de 200 personas de comunidades otomíes, cuyas viviendas resultaron dañadas con el sismo del pasado martes 19, duermen en las calles y banquetas de la colonia Roma, en la delegación Cuauhtémoc, una de las demarcaciones más afectadas por el sismo.
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Temen que por tratarse de predios “irregulares”, las autoridades delegacionales y de la Ciudad de México los desalojen.
Desde hace más de 15 años, al menos seis predios de “la Roma” fueron ocupados de manera irregular por familias indígenas migrantes, que a falta de recursos abandonaron el campo y llegaron a la capital en búsqueda de trabajo.
Estos grupos étnicos, en su mayoría otomíes, viven de manera “ilegal” en la zona, porque el Instituto Nacional de la Vivienda, el gobierno de la Ciudad de México y la delegación no les han otorgado los terrenos.
Pero los predios ni siquiera son habitables, pues se trata de áreas que fueron abandonados después del terremoto ocurrido hace 32 años. Son baldíos delimitados por bardas o edificios, dentro de los cuales los indígenas viven en casas de lámina y de cartón. Y son precisamente esas bardas las que sufrieron afectaciones con el último sismo, por lo que de caerse aplastarían a las casitas improvisadas.
El campamento más grande se encuentra en el número 18 de la calle Roma, esquina con Medellín, a unas cuantas cuadras de Paseo de la Reforma. En ese sitio, aparentemente fueron menores las fracturas en las bardas laterales, pero los habitantes están a la espera de que Protección Civil les confirme la gravedad de las fisuras para poder regresar, señaló Clara Domínguez, líder de la asociación civil Unidad por el Derechos Indígena y Campesino.
En la calle, las dos carpas blancas que fueron levantadas por otomíes y mazahuas no alcanzan para el resguardo de las 50 familias y decenas de niños que corren y juegan sin entender qué los mantiene en esa situación. Ante el arribo inminente de la lluvia, los más jóvenes colocaron una lona azul para dormir por segunda noche en la calle.
Las mujeres esperan dentro de las carpas, donde colocaron colchones y cobijas, y en medio de las dos casas de plástico se encuentra la pila de víveres que han recibido de vecinos y asociaciones civiles.
De acuerdo con Clara Domínguez, los afectados de “la Roma” no han podido trabajar, porque la mayoría se dedica a la venta de artesanías en el Zócalo, Bellas Artes y la Zona Rosa. También venden dulces en las plazas populares, pero la ciudad todavía es un caos.
“Gracias a Dios no nos ha hecho falta comida. Nos han dado agua, comida caliente. Lo único que pedimos es que ya se agilicen los trámites de vivienda”, relató una de las indígenas.
A escasas cuadras de ahí, en la calle de Turín, entre Versalles y Abraham González, otras 20 familias –cada una con dos y hasta cuatro niños– montan guardia tras una fachada beige con puertas verdes. En el terreno se derrumbaron las bardas internas.
Tímida, con su poncho negro de flores bordadas a la orilla, una mujer dice que ya llamaron a Protección Civil y esperan el dictamen, pero temen que les digan que corren peligro si regresan. Sin embargo, confiesa que aun con un peritaje negativo, volverán, pues es su único refugio.
Esta comunidad no corrió con tanta suerte, pues a diferencia de la primera, sólo dos lonas la resguardan. A ras de piso colocaron cartones y encima de ellos las cobijas. Ahí también hay una mesa con ollas de comida donada, y apenas una cinta roja los resguarda del paso de vehículos por Turín, porque además de la banqueta ocupan parte del primer carril vehicular.
En la calle Guanajuato, en los números 200 y 125, hay dos predios más donde viven otomíes. En el primero, 37 personas descansan entre colchas y cobijas en la banqueta, casi esquina con Tonalá. Recostados, siguen las noticias en una televisión que instalaron en medio de los dormitorios improvisados. En su predio reportaron una fuga de gas del edificio poniente –que ya fue controlada– y cuarteaduras en la infraestructura oriente.
En Guanajuato 125, 50 familias pernoctaron a oscuras la noche del 19, sin mayor resguardo. La tarde-noche del miércoles 20 convirtieron la banqueta en un comedor, donde comieron las tortas y sandwiches que los vecinos les regalaron, y luego regresaron a sus viviendas.
Este es el único predio donde, luego de nueve años de gestiones, la comunidad otomí logró construir una unidad habitacional con los servicios básicos, pero el martes 19 desalojaron el lugar porque detectaron fugas de gas y tuvieron miedo de que las habitaciones se les vinieran encima.
“Estuvo muy fuerte el sismo. Muchos de nosotros estábamos aquí en la casa. Íbamos a recoger a nuestros hijos de la escuela y otros ya nos preparábamos para ir a trabajar”, cuenta uno de los habitantes del lugar, la mayoría de los cuales venden dulces y otros más limpian parabrisas.