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El arte de devolverles la vida: la pasión y oficio de María del Carmen Pérez, restauradora de imágenes religiosas.

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Por: Esteban Espinoza Hernández.

En un pequeño taller, impregnado de olores a pintura, barniz y yeso, se forja una conexión entre el pasado y el presente. María del Carmen Pérez, restauradora de imágenes religiosas, transforma el deterioro en belleza y el desgaste en un resurgir lleno de significado. Su historia es tanto un tributo al oficio artesanal como a su fe inquebrantable en el poder del trabajo y la dedicación.

María del Carmen recuerda con una sonrisa cómo comenzó en este oficio cuando apenas tenía 8 años. Su madre vendía figuras de barro y “niños dioses”, y ella, fascinada por el trabajo de restauración de un vecino llamado Don Lázaro, pronto comenzó a experimentar. “Mi mamá me pedía que les pusiera deditos, orejitas, huesitos… y aunque era niña, me gustaba tanto que lo hacía con mucho cuidado. Poco a poco aprendí más, hasta que la gente empezó a confiar en mí para arreglar sus imágenes”, relata.

Con el tiempo, su talento se convirtió en su medio de vida. “Gracias a este trabajo he podido sacar adelante a mis hijos, darles estudio y formar una familia. Es algo de lo que me siento muy orgullosa”, dice con emoción.

Para María del Carmen, cada figura cuenta una historia. En muchas ocasiones, sus clientes no solo buscan restaurar una imagen, sino preservar un pedazo de memoria familiar. “Una vez me trajeron una figura muy dañada que pertenecía a la mamá de una señora. Estaba en pedazos, pero ella no quería reemplazarla. Trabajé con cuidado para devolverle su forma y belleza, porque sé lo importante que era para ella”, recuerda mientras muestra con cariño las figuras que tiene en proceso.

El trabajo no siempre es sencillo. Hay materiales difíciles de manejar, como el antiguo “patol”, y técnicas que requieren paciencia, como recrear los diminutos dedos o las pestañas de las imágenes. Sin embargo, María del Carmen ve en cada desafío una oportunidad para perfeccionar su arte. “Los ojos son lo más complicado, pero ahora, con los ojos de canica que ya traen muchas figuras, se facilita un poco”, explica.

Cuando se le pregunta de dónde surge su inspiración, María del Carmen sonríe. “Es algo que me gusta mucho. Hay días que llego cansada, pero siempre le pido a Dios que me ayude a echarle ganas. Me siento, empiezo a lijar, a cortar, a pintar… y el tiempo se me pasa volando. Al final, ver el trabajo terminado es muy satisfactorio”, confiesa.

Ella trabaja con diversos materiales: barro, yeso, resina e incluso madera. Aunque los nuevos materiales suelen ser más frágiles, María del Carmen prefiere trabajar con figuras antiguas, por su resistencia y calidad. “El material de antes era puro barro, muy macizo. Las figuras nuevas se quiebran rápido. Por eso muchos prefieren restaurar lo viejo y conservarlo”, explica.

El taller de María del Carmen no solo es un espacio de trabajo; es un lugar donde las imágenes recuperan su alma. Su labor, que en esta temporada alta de noviembre y diciembre está en plena efervescencia, se convierte en una especie de ritual. Cada pincelada, cada arreglo, es un acto de amor que conecta a las personas con su fe y sus raíces.

“Este oficio me ha enseñado mucho sobre paciencia y dedicación. No es solo arreglar algo roto; es devolverle vida a algo que para muchos tiene un valor incalculable. Me siento agradecida de poder hacer esto todos los días”, concluye con humildad.

En su historia, María del Carmen Pérez refleja el espíritu de los artesanos que, con sus manos y su corazón, mantienen vivas las tradiciones y el arte. Un oficio que, aunque muchas veces pasa desapercibido, es esencial para preservar el vínculo entre las generaciones y sus tesoros más preciados.

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