Lejos, frágiles y víctimas de feminicidio no hay una ley que las ayude a sobrevivir o proteja en el extranjero
La mexicana Berenice Osorio de Viana murió la madrugada del 9 de enero de 2018 por la puñalada que le propinó su compañero belga, Tom Pattyn, en la casa que compartían en el poblado de Kasterlee, Bélgica.
Las hijas de la pareja, de sólo dos y seis años en ese entonces, dormían en su habitación y no se enteraron de que su madre –de 32 años– agonizó en el jardín de la casa.
Ocho meses después, la noche del 11 de agosto de 2018, otra mexicana, Jessica Astorga, murió asfixiada por su esposo francés, Pierre-Olivier Labastida Garnier, dentro de su departamento en la ciudad francesa de Lyon.
Alterado por el consumo de heroína, el hombre lanzó el cuerpo de la joven de 26 años por la ventana del tercer piso del edificio donde vivían, pretendiendo simular un suicidio. Además de que los estudios forenses no coincidían con su versión, dos días después él mismo se presentó en la comisaría de Valence y confesó haber mentido para maquillar su crimen.
Mientras tanto, en Alemania, Paola Rivas vivió aislada y encerrada en su departamento la semana previa a la Navidad de 2017 cuando “Dirk” –nombre ficticio–, su esposo alemán, tomó a la hija de ambos de un año de edad y se fue a casa de sus padres sin decir cuándo volvería.
Al irse la dejó sin un euro en la bolsa, con el crédito de su celular en cero, sin conexión a internet, ni televisión o radio y sin un juego de llaves para, en caso de querer salir, poder entrar de nuevo al departamento en el que vivían en la ciudad alemana de Münster.
Sobrevive de milagro
La mexicana pasaría los siguientes siete días incomunicada hasta que su instinto de supervivencia la ayudó a descubrir en la esquina de una de las habitaciones de su casa una señal gratuita de internet. Fue así que logró pedir ayuda en un grupo en Facebook de mexicanos para que alguien le llevara comida y un poco de dinero.
La conyugal, una de las expresiones más comunes de la violencia de género, no conoce fronteras ni culturas y en Europa migrantes mexicanas la padecen de forma constante.
Llevadas por el amor y la ilusión de formar una familia, mexicanas provenientes de todo tipo de estratos sociales deciden dejar trabajo, familia y país para seguir a sus parejas. En algunos casos –no pocos– se topan con una realidad distinta a la esperada: aislamiento, depresión, maltrato físico, sexual, psicológico y económico e incluso la muerte.
Selena Graciano Macedo
Selena había emprendido un viaje por Europa con su hermano Emmanuel. Los hermanos recorrieron Portugal, Roma, Inglaterra, Francia, Alemania y Rusia, finalmente habían llegado a la ciudad de Split en Croacia. Cuando subieron al mirador de Marja, se separaron. Él quería descansar y ella subir a la cima a tomar fotos.
Cuando Emmanuel no supo más de Selena, cinco horas más tarde, acudió a denunciar la desaparición. Hubo un gran operativo con helicópteros y lanchas para localizarla, 20 rescatistas la buscaron esa noche en Marjan. Cuatro días después, los rescatistas encontraron su cuerpo en la grieta de un barranco, en la zona de la cima del mirador. El cuerpo estaba enterrado bajo hojas y piedras, y tenía un gran corte en el cuello.
Después de detener e interrogar a decenas de personas, la policía se quedó con un sospechoso: un joven de 28 años, desempleado, con estudios medios y antecedentes penales por delitos menores. En julio de 2013, pasado casi un año del crimen, un tribunal provincial condenó al croata Edi Misic a 15 años por el asesinato de la turista mexicana.
OTROS CASOS ESCABROSOS
En un momento en el que Qatar se abre al mundo con un Mundial de futbol en el horizonte, una mexicana denunció cómo las mujeres pueden llegar a ser muy vulnerables en ese país islámico en un caso judicial que este domingo dio un giro favorable para la joven.
Paola Schietekat llegó a Doha en febrero de 2020 para trabajar para el gobierno qatarí en la organización de la Copa del Mundo Qatar 2022.
Después de un año y medio de vivir ahí, cuenta que fue víctima de una agresión.
Pero cuando acudió a las autoridades para presentar la denuncia, el caso se volvió en su contra: fue acusada de “sexo extramarital”, un delito bajo la ley islámica sharía.
Sobre la joven de 27 años se impuso una condena de 7 años de prisión y 100 latigazos. Como alternativa, le dijeron, podía evitar esa pena si se casaba con su agresor.
“Después de este proceso, caí en cuenta de que, a pesar de mis grados académicos, preparación profesional, independencia financiera y a pesar de trabajar para el gobierno qatarí, soy vulnerable a las violaciones de derechos humanos de instituciones arcaicas y abusivas, e incapaz de encontrar protección en mi consulado”, denunció Schietekat en una publicación de Facebook en la que expuso lo ocurrido.
7 años de prisión y 100 latigazos fue la sentencia de una mexicana en Qatar.